Los mitos fundacionales y la manipulación de la historia (I)

Todos recordamos, cuando de niños nos enseñaban la historia de Roma, que nuestros profesores solían hablarnos del mito de la fundación de la ciudad y de la loba que encontró a Rómulo y Remo. El legendario origen de Roma, que tuvo su expresión artística en la escultura y la pintura, por no hablar ya de la literatura, nos ha sido contado siempre como una leyenda, es decir, como un relato fantástico que no se ajusta a la verdad histórica. No obstante, generaciones y generaciones de romanos creían en ella firmemente y pensaban que respondía a la realidad. Inútil decir que si nos creyéramos hoy esta leyenda se nos tacharía cuando menos de extravagantes, cuando no ya de locos. Por eso, cualquier libro de texto se referiría a la fundación de Roma por los hermanos gemelos Rómulo y Remo como a una leyenda, recogida, entre otros, por Tito Livio en su famosa obra Ab Urbe Condita.

Como la historia de la fundación de Roma hay cientos de mitos fundacionales en todo el mundo, independientemente de los continentes, los pueblos y las culturas. Antes de pasar al caso particular de Cataluña, vamos a referirnos al mito fundacional español por antonomasia.

Luperca, la loba que amamantó a Rómulo y Remo

Don Pelayo y la batalla de Covadonga

Desde niños, hemos oído contar cómo don Pelayo venció a cientos de miles de musulmanes en la heroica batalla de Covadonga, después de la cual fue coronado rey, dando así origen al reino de Asturias, que sería el primer reino de España. Pero, volviendo al relato, Pelayo, después de vencidos los musulmanes, se habría refugiado con los suyos en la gruta, conocida como “cueva Santa” que, además de la imagen de la Vírgen de Covadonga, la “Santina”, como la llaman familiarmente los asturianos, contendría el sepulcro del propio Pelayo. El lugar donde está situada la gruta, en las faldas del monte Auseva, es de una belleza paisajística espectacular. Lo demás, la basílica, un atentado al buen gusto. La talla de la Virgen, del siglo XVI, una de las tantas que albergan iglesias y capillas por toda la geografía española, con las características estéticas propias de las imágenes de la época.

Lo que popularizó Covadonga fue, después de la inauguración de la basílica en 1901, la coronación de la Virgen y del Niño que lleva en brazos, el 8 de setiembre de 1918, fecha que sirvió para celebrar el XII aniversario de la batalla de Covadonga, en presencia del entonces rey de España, Alfonso XIII, y de su esposa la reina Victoria Eugenia. Cien años después, el pasado 8 de septiembre, se celebró en Covadonga el XIII centenario de la batalla, en presencia de los actuales reyes de España, Felipe VI y Letizia Ortiz.

Pero ¿quién era Pelayo? ¿Qué fue exactamente la batalla de Covadonga? Remitámonos a las crónicas cristianas más antiguas, es decir las Crónicas de los Reinos de Asturias y León. La más antigua, anónima, la llamada Crónica Albeldense, terminada en el año 883, nos dice acerca de Pelayo que “fue el primer [rey] de Asturias” y que “reinó en Cangas [de Onís] dieciocho años”. Pelayo habría sido desterrado de Toledo por el rey Vitiza, y pasó a Asturias “después de que los sarracenos ocuparon España,” siendo el primero que se rebeló en Asturias contra ellos. Pelayo había vencido a los musulmanes, cuyo jefe, Alkama, había perecido. De la batalla, esta Crónica no dice ni una palabra. El cronista se limita a decir que los sarracenos, que se habían librado de la espada, “fueron muertos por justicia de Dios en el derrumbamiento de una montaña de Líbana (Liébana)”, y concluye con estas palabras lapidarias: “y así, por providencia divina, nació el Reino de los asturianos”.

La cosa cambia en la Crónica alfonsina atribuida al propio rey de la ya monarquía astur-leonesa, Alfonso III el Magno, o por lo menos supervisado por él, que tiene dos versiones- la Rotense, de más “rudo estilo literario”, y la ad Sebastianum, de “más cuidada redacción”, en palabras de Jesús Evaristo Casariego, autor de la edición, introducción y notas de estas Crónicas. En la Rotense, Pelayo aparece como actuando al frente de “una multitud de indígenas asturianos”, que lo elevaron al caudillaje, mientras que en la ad Sebastianum, Pelayo se nos muestra como el designado por un grupo de “godos refugiados en Asturias”, que lo consideran un “descendiente de reyes godos”. Pero vamos a ver lo que dicen exactamente de Pelayo y de la batalla de Covadonga una y otra versión de la Crónica alfonsina.

En la Rotense, Pelayo aparece como un “espatario de los reyes Vitiza y Rodrigo”, que llegó a Asturias a causa de la invasión de los “ismaelitas”, acompañado de una hermana suya, con la que el gobernador musulmán de la zona, Munuza, que la pretendía, había conseguido casarse, después de enviar a Córdoba a Pelayo, para mantenerlo alejado y poder llevar a cabo sus planes. De regreso Pelayo a Asturias, Tariq mandó soldados para que lo apresaran y mandaran a Córdoba cargado de cadenas., pero Pelayo logró enterarse y huyó, buscando refugio en una cueva del monte Auseva. Sería entonces cuando los indígenas de la zona lo habrían elegido “príncipe”. El emir cordobés, por su parte, habría enviado a Asturias, al mando de Alkama, un poderoso ejército de 187.000 (¡!) hombres, que acampó frente a la cueva, donde se habían refugiado Pelayo y sus hombres, produciéndose entonces el famoso diálogo entre el obispo Oppa, el traidor, hijo de Vitiza, que le habría conminado a rendirse, y la respuesta lapidaria de Pelayo: “Nuestra fe está [puesta] en Cristo, para que, desde este monte que contemplas, saldrá la salvación de España y la restauración de la nación goda y del ejército […] “. Después, en la batalla que siguió, el cronista no deja de referirse a “la grandeza divina”, cuando las piedras que arrojan los “fundibularios”, es decir, los honderos, al llegar a la morada de la “Santa Virgen María, es decir, la cueva, rebotan sobre los musulmanes y los destrozan. De éstos, resultaron muertos 124.000, mientras los 63.000 restantes, que caminaban por la ladera del monte, resultaron igualmente muertos al hundirse el monte y perecer todos, cayendo al río aplastados por el alud. El obispo Oppa fue aprisionado y Alkama muerto. Los “buenos” habían triunfado, mientras que los “malos” quedaban presos o muertos.

En la versión ad Sebastianum, se viene a decir más o menos lo mismo, solo que con otras palabras. Mismo número de enemigos muertos y de enemigos que cayeron al río Deva al derrumbarse parte de la montaña y perecer allí sepultados. La victoria de los cristianos se debió, como en la otra versión, a la providencia divina, que estaba de su lado. Más “política”, la versión ad Sebastianum pone en boca de Pelayo, en su respuesta a Oppa, que, desde aquel modesto monte, “se restaurará y salvará, volverá la salud a España y al ejército y la nación de los godos”. Si, como decían estos cronistas, España se había perdido como castigo de Dios por los vicios y pecados de los últimos reyes godos Vitiza y Rodrigo, esperaban ahora la misericordia, la restauración de la Iglesia, Nación y Reino […]”. Hay en esta Crónica un matiz importante respecto de la Albeldense y de la versión Rotense de la Crónica Alfonsina, y es que en la ad Sebastianum Pelayo aparece como siendo de estirpe real.

Los cambios introducidos en la Crónica Alfonsina, en sus dos versiones, respecto de la Crónica anterior, obedecen a razones políticas. Es obvio que Alfonso III, cuyo poderío se iba consolidando cada vez más, necesitaba que el reino de Asturias entroncara con la monarquía visigoda. Haciendo de don Pelayo un descendiente de los reyes godos, el reino asturiano era una continuidad de la monarquía visigoda restaurada.

Todas las crónicas que siguieron a la Alfonsina, incluida la más importante de todas, la Silense, se inspiraron fundamentalmente en la del rey Alfonso III, aunque en la Silense se dice que Pelayo era un “espatario del rey Rodrigo”, es decir, que ostentaba un cargo palatino importante en la corte del último rey godo, pero no que fuera de estirpe regia.

¿Qué dicen los cronistas árabes de don Pelayo y de la batalla de Covadonga? La crónica, si no más antigua, sí más famosa, Ajbar Machmuâ (Colección de tradiciones relativas a la conquista de España), se refiere muy de pasada a un rey llamado Belay (Pelayo), quien se habría refugiado con 300 hombres en la sierra que quedaba por conquistar, y a quien los musulmanes no cesaron de combatir, hasta que muchos de ellos murieron de hambre, mientras que otros terminarían por someterse. Al fin quedaron reducidos a 30 hombres, que permanecieron encastillados, alimentándose de miel. Como era difícil a los musulmanes llegar hasta ellos, decidieron dejarlos, pensando que no representaban ningún peligro, aunque se equivocaban, ya que, según el cronista, aquellos 30 hombres “llegaron al cabo a ser asunto grave”. Más adelante, esta crónica musulmana vuelve a referirse a la sublevación de los “gallegos”- en las crónicas árabes, Asturias aparece englobada dentro de Galicia- contra los musulmanes, al tiempo que crecía “el poder del cristiano llamado Pelayo”, quien salió de la sierra y “se hizo dueño del distrito de Asturias”. Como se ve, de la batalla de Covadonga ni una palabra.

La opinión más extendida, entre los historiadores que tratan de desmitificar esta batalla, es que el ejército musulmán, de cerca de 200.000 hombres, no era probablemente más que un pequeño destacamento, bajo el mando de Alkama, que se enfrentó a una partida de indígenas asturianos y de algunos godos huidos del sur, capitaneados por Pelayo. Éstos habrían conseguido desbaratar el destacamento de musulmanes, arrojándoles una lluvia de piedras desde las alturas de la montaña donde se habían encastillado.

El insigne historiador liberal del siglo XX Rafael Altamira da una versión de la “batalla” de Covadonga, según la cual, Pelayo, un “dignatario” quizá en la corte del anterior monarca godo, nombrado rey por los nobles y obispos reunidos, había conseguido derrotar, en el valle llamado de Covadonga, a Alkama, el jefe de la expedición enviada contra él y sus partidarios. Altamira señala que esta victoria, después de tantas derrotas de los visigodos, había adquirido un valor representativo extraordinario, añadiendo que se tomó “como punto de partida de un nuevo periodo llamado de la Reconquista de España”. Magnificada, exaltada, Covadonga pasó a ser el mito fundacional de España por antonomasia.

Otros muchos mitos posteriores, no fundacionales, como el del hallazgo en el siglo IX del sepulcro del Apóstol Santiago, bajo el reinado de Alfonso II el Casto, o el de la batalla de Clavijo, librada por el rey asturiano Ramiro I contra los musulmanes en 844, en la que, según el mítico relato, el Apóstol Santiago, montado en un caballo blanco, habría descendido de los cielos, consiguiendo, gracias a su milagrosa intervención, el triunfo de las armas cristianas. Así nacía “Santiago Matamoros”.

María Rosa de Madariaga||

Historiadora

en CronicaPopular • 3 noviembre, 2018

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María Rosa de Madariaga es Licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, diplomada en lengua, literatura y civilización árabes de l’ Institut National des Langues et Civilisations Orientales (INALCO) de Paris, y doctora en Historia por la Universidad de Paris I (Panthéon-Sorbonne). Tras enseñar lengua y civilización españolas en la Universidad de Paris IV, fue durante años funcionaria internacional en el Sector de Cultura de la UNESCO. Es autora de las obras España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada (1ª edición, 1999; 3ª edición, 2008), Los moros que trajo Franco. La intervención de tropas coloniales en la guerra civil (1ª edición, 2002; 2ª edición, 2006), En el Barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos (1ª edición, 2005; 3ª edición, 2011), Abd el-Krim el Jatabi. La lucha por la independencia (2009), Marruecos, ese gran desconocido. Breve historia del Protectorado español (2013), Historia de Marruecos (2017) así como de numerosos artículos sobre las relaciones entre España y Marruecos, publicados en revistas españolas y extranjeras y en obras colectivas. Ha participado también en varios documentales españoles y extranjeros sobre Marruecos. En 2015 salió publicada una nueva versión corregida y aumentada de su libro Los moros que trajo Franco.

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