Lo rey d’Aragó, nostre senyor!

Castillo de Monzón, Aragón.

Desde el origen de la nación catalana la historia se ha empeñado sistemáticamente en demostrar, documentar y difundir la existencia de dicha nación desde todas las vías posibles con la intención de ir cambiando poquito a poco el contexto histórico real por uno falseado. Por supuesto, cuando nos referimos al origen de la nación catalana nos remontamos tan sólo al siglo XIX, cuando la historiografía romántico-nacionalista comenzó a forjar un nuevo relato histórico con base en esa supuesta nación milenaria. A partir de esa fecha es cuando debe datarse el invento de la nación catalana, antes resulta imposible.

Esa narración decimonónica, a veces más próxima a la literatura que a un relato científico, se encargó de difundir una historia en la que sus protagonistas tenían unos papeles muy determinados. Se dibujó una ficción de buenos y malos, de amigos y enemigos, que encasillaba a los personajes. Algunos fueron ensalzados por su participación activa en la defensa de la supuesta nación catalana; otros, en cambio, fueron menospreciados simplemente para que la historia tuviera un sentido (me refiero a la historia romántico-nacionalista, evidentemente). Estamos ante un reparto de papeles bastante injusto por su simplicidad, pero que responde a la necesidad de adecuar el pasado al argumentario nacionalista, cambiando u omitiendo aquello que dificulta la justificación de sus tesis.

En esta nueva construcción histórica, una de las figuras más perjudicadas ha sido la del rey de Aragón. Simplemente porque reconocer su superioridad política, al ser la cabeza de los reinos que conformaban su corona, impedía la presencia, al mismo tiempo, de una nación soberana e independiente como la imaginada nación catalana. Por esta razón, el título de rey de Aragón ha sufrido una degradación de estatus de manera paulatina. Ciertamente, en los albores de la nación catalana (me sigo refiriendo al siglo XIX), los reyes de Aragón pasaron a tener el título de “comte-reis”. Esta denominación tenía la finalidad de igualar el título de rey de Aragón al de conde de Barcelona, dos títulos en el mismo nivel jerárquico, para esconder la dependencia del territorio catalán a la figura del rey de Aragón. Esta equiparación ya de por sí es un grave error, puesto que por jerarquía el título regio siempre está por encima de cualquier otro, aunque sea el de un conde soberano. Posteriormente, y para que no hubiera ninguna duda de la condición política de Cataluña, la mejor solución pasaba por inventarse la figura del rey. Por esta razón nacían los reyes de Cataluña-Aragón como única solución para borrar definitivamente los lazos de dependencia del territorio catalán a la potestad del rey de Aragón, el titular del reino. Y el rey de Aragón comenzaba a simultanear las dos coronas, aunque otorgando cierta superioridad al falso título de rey de Cataluña al anteponerse siempre en la titulación.

Esta falsa historia, a la que unos llaman revisión, pero se aproxima más a una invención, el rey de Aragón pierde parte de su dignidad y de su potestad, pasando a un segundo plano porque su superioridad jerárquica imposibilita la existencia de la nación catalana. Pero desmentir este nuevo relato resulta bastante sencillo, basta con acercarnos a las crónicas catalanas, obras de referencia de la literatura medieval, para intentar comprender nuestro pasado desde la visión de sus protagonistas. Uno de los autores de las cuatro grandes crónicas fue Ramón Muntaner, un ampurdanés que vivió entre los siglos XIII y XIV, quien dejó por escrito su vida y sus expediciones al servicio del rey de Aragón. Por supuesto, desde la historiografía nacionalista se han apropiado de la figura de Muntaner, llegando a afirmar que escribía como un verdadero nacionalista, en esa afición por aplicar términos modernos a épocas en las que no existían esos conceptos.

Por el contrario, leer a Muntaner es comprender parte de la conciencia medieval de la sociedad, mucho más cosmopolita, si se me permite la expresión. En la introducción de su obra avisa que “aquest llibre fa honor de Deú e de l’alt casal d’Aragó”, porque ésa era parte de su intención, ensalzar al rey de Aragón, como su señor y representante del casal aragonés que abarcaba todos los reinos y territorios que de él dependían, entre los que se encontraba el condado de Barcelona. Al pasar las páginas vemos que el rey siempre es nombrado como rei d’Aragó, sin más títulos, y que los caballeros, tanto aragoneses como catalanes, luchaban al grito de: Aragó, Aragó!, porque estaban al servicio del monarca aragonés. Mientras, el rey en Cataluña se coronaba con los títulos propios: comte de Barcelona e senyor de tota Catalunya. El relato de Muntaner, aunque pueda contener episodios fantasiosos y exagerados, refleja fielmente la concepción social de su época en la que el máximo señor, en esas relaciones vasalláticas medievales, era el rey de Aragón y a él debían rendirle homenaje.

Por desgracia, la historia está secuestrada por el nacionalismo desde hace muchas décadas, adecuando el relato a su ideología mediante mentiras y tergiversaciones y contando con múltiples herramientas de difusión gracias al mecenazgo de las instituciones públicas. En este caso el perjudicado ha sido el rey de Aragón porque reconocer el verdadero papel que jugó en la historia de la Corona de Aragón supone, automáticamente, negar parte de los argumentos históricos defendidos por las tesis nacionalistas. Aunque no es el único, muchos otros han sufrido el destierro histórico al no cumplir los requisitos exigidos para formar parte de la nueva historia nacional. Pero no nos engañemos, falsear la historia es deshonrar nuestro pasado, por eso debemos devolver a los personajes a su lugar correspondiente, al que realmente deben ocupar en la historia. Respetar nuestro pasado, es aceptar nuestro presente.

Vera-Cruz Miranda
Doctora en Historia

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Vera-Cruz Miranda
Barcelona, 1977. Doctora en Historia. Más de diez años de investigación relacionada con la figura del príncipe de Viana y con la política del siglo XV en España. Ha publicado diversos artículos tanto en el ámbito académico como en el de la divulgación histórica, además de ser autora de los libros “Carlos de Aragón y de Navarra” y “El príncipe de Viana y su tiempo”.

5 COMENTARIOS

  1. Gran artículo. Invito a los lectores a visitar el museo náutico de Barcelona para comprobar un ejemplo más de tamaña tergiversación de la historia, y de la aparición del omnipresente y completamente inventado término "Corona Catalanoaragonesa".

  2. El Rey de Aragón y el Conde de Barcelona eran la misma persona, pero no es que el Rey de Aragon fuera Conde de Barcelona sino que el Conde de Barcelona era Rey de Aragon porque descendía de los antiguos condes de Barcelona, pero el título principal que usaba era Rey de Aragon, los reyes de Aragón vivían en Barcelona y están enterrados en Cataluña, el poder económico y político era catalan. Casal d»Aragó era el titulo del Casal de Barcelona cuando los comès de Barcelona se comvirtieron en reyes de Aragón, Aragón solo era un nombre y el nombre no hace la cosa

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