EL LIBRO DEL CATALÁN FRAY RAMÓN PANÉ, PRIMER ANTROPÓLOGO DE AMÉRICA

Fray Ramón Pané junto a niño taíno

EL LIBRO DEL CATALÁN FRAY RAMÓN PANÉ,

PRIMER ANTROPÓLOGO DE AMÉRICA

 

Respondiendo a otro de los habituales dislates sobre la historia de América del nacionalismo catalán, en el que se asegura que los catalanes nada tuvieron que ver con el descubrimiento, conquista y población del continente, y mucho menos en sus inicios, cabe decir que el primer libro de corte netamente antropológico donde se recoge con precisión y se traza un patrón de trabajo que posteriormente desarrollarían otros autores, fue debido a fray Ramón Pané, fraile catalán, seguramente natural de Lérida o Barcelona.

Pané fue uno de los misioneros que por orden de la reina Isabel acompañó a Colón en su segundo viaje el 25 de septiembre de 1493, cuyo vicario apostólico era Bernardo Boïl, presumiblemente nacido en Lérida, como quiere Mariàngela Vilallonga en La literatura llatina a Catalunya al segle XV[1], a pesar de que otros autores dan como lugar de origen Zaidín, en Huesca e, incluso, Tarragona. A pesar de todo, en aquel tiempo Zaidín pertenecía al obispado de Lérida, motivo por el que Boïl[2] siempre se declaró clérigo de la diócesis ilerdense.

Boïl, que había sido ermitaño en el monasterio de Montserrat, desempeñó un papel destacado como diplomático, habiendo actuado como secretario de Fernando II de Aragón y acudiendo a Roma con poderes del cardenal Cisneros, además de traducir al español en 1489 De religione, obra del obispo de Nínive, Isaac (siglo VII), que tuvo a bien dedicar al arcipreste de Daroca en la seo de Zaragoza, Pedro Zapata, último arcediano de la iglesia de Santa Engracia. La obra de Isaac de Nínive es muy significativa dentro de la ortodoxia oriental y tarea propia de un teólogo de alto nivel que vivió en tiempo convulsos y en lugares también agitados por el inmediato despertar del islam.

Fray Ramón Pané junto a niño taíno

Fray Ramón Pané junto a niño taíno.

El segundo viaje de Colón estuvo compuesto por cinco naos y doce carabelas que trasladaron mil quinientas personas[3] a la isla La Española ―algo menos de cien individuos por barco―, dado que los primeros expedicionarios, todos los que se habían quedado en el fuerte Navidad, fueron exterminados por los taínos siguiendo órdenes del cacique Caonabo.

Una parte sustancial de aquellos viajeros colombinos ―tripulantes, soldados, barberos y cirujanos, labradores, tejedores, albañiles y herreros, más una importante aportación de mujeres y niños―, fueron reclutados en Aragón, y entre ellos figuraban doce sacerdotes de cuyos nombres han llegado dos catalanes: fray Bernardo Boïl y fray Ramón Pané, de los mínimos el primero y jerónimo el segundo[4].

Con todo, y ahí está en parte la clave del asunto, se trataba de un grupo de gente y de religiosos de la órbita aragonesa, y muchos catalanes, que iban a viajar con Colón a fin y efecto de consolidar la empresa conquistadora y de extender la cristianización entre los indios, tema éste de crucial importancia porque suponía sobrepasar el dictado aristotélico ―que tantas discusiones traería años después― y que separaba a los grupos humanos entre civilizados y bárbaros. La cristianización suponía, en aquel momento, dotar a los indios de racionalidad, haciéndolos acreedores a dos elementos cruciales: el vasallaje, y por tanto la sujeción a las leyes de la Corona en condiciones de igualdad con todos los demás súbditos, y la religión, lo que los convertía en humanos ante los ojos de Dios y, por supuesto, ante los hombres.

Tras la llegaba a la isla, Colón dispuso la construcción de fuertes, y el primero se lo adjudicó a Pedro Margarit, natural de Castell d’Empordà (actualmente perteneciente a La Bisbal d’Empordà), experimentado militar que había combatido en Granada. En carta de 9 de abril de 1494, le indicó que debía guardar templanza con los indios pero que, ante la amenaza de Caonabo, había de mostrarse capaz de resolver los posibles contratiempos. De este modo, encargaba a Margarit, al que elogia ante los reyes, el mando militar de La Española.

Poco después, según cuenta el mismo Pané, por indicación de Colón, el fraile jerónimo pasó a vivir con los naturales, y fue en el segundo domicilio, a partir de 1495, donde obtuvo los datos que supo reunir con destreza y que componen su Relación acerca de las antigüedades de los indios[5], cuya vicisitud bibliográfica explicaremos a continuación. Al finalizar su tarea en 1498, Pané trasfirió el trabajo a Colón con la intención de que pudiera servir para el conocimiento general de los nativos. Sin embargo, el libro se perdió y únicamente ha podido ser rescatado por una traducción italiana de la Historia del almirante de Hernando Colón, elaborada por Alfonso Ulloa, donde figuraba incluido en el capítulo LXII, y cuyo arranque dice así:

 

Yo, fray Ramón, pobre ermitaño del Orden San Jerónimo, por mandato del ilustre señor Almirante, Virrey y Gobernador de las islas y de la tierra firme de las Indias, escribo lo que he podido averiguar y saber acerca de las creencias e idolatrías de los indios, y como veneran a sus dioses, lo cual trataré en la presente relación.

 

Durante tres años, fray Ramón convivió con los indios, donde aprendió taíno ―el habla la más dulce del mundo, asegura―, reflejando las singularidades de una cosmogonía, esto es, ancestrales creencias religiosas, cuya importancia supone un punto de inflexión clave para un modo de ver y pensar que a día de hoy se halla extinguido. Dicho de otro modo, sin la aportación de Pané, como después la de fray Bernardino de Sahagún y otros, José de Acosta, por ejemplo, simplemente no se sabría nada al respecto, de ahí la magnitud de la obra del fraile catalán como fuente indispensable para conocer las antigüedades más remotas del pensamiento indígena.

Sin olvidar que se trataba de un monje pretridentino, Pané obtuvo la amistad de los indios taínos, especialmente de un cacique llamado Guarionex, que le fue contando las singularidades de sus creencias y que el fraile anotó con precisión de relator fiel, a pesar de que siempre las consideró idolatrías, desarrollando en los veintiséis capítulos que componen su libro las leyendas, sortilegios, ceremoniales y la terapéutica de los naturales, por supuesto, sin dejar de lado su labor misionera, en cuya tarea colaboró Miguel Ballester[6], tarraconense y alcaide de villa Concepción de la Vega.

Semejante modo de obrar, centrándose primeramente en la elaboración de un fondo de conocimiento profundo de orden irracional, esto es, penetrando en las raíces del pensamiento mágico para, posteriormente y a través suyo, buscar el paso a un juicio racional, fue el guion que siguió fray Ramón y que después continuaron otros autores como los citados más arriba.

Su vida y lances posteriores se acaban aquí, pues no hay más información de las actividades de misionero tan singular, nada más decir que Pedro Mártir de Anglería, que tuvo en sus manos la obra y la apreció poco, considerándola un librillo, sorprendentemente la utilizó con profusión en las Décadas del Nuevo Mundo, al igual que hizo fray Bartolomé de las Casas, que conoció al jerónimo en La Española en 1502, incluyendo datos recogidos por Pané en su Historia de las indias.

Queda para el final añadir que el libro de fray Ramón Pané puede consultarse a través de la edición electrónica que, desde 2001, puso en línea la University of Wisconsin[7].

 

 

 

 

 

[1] Mariàngela Vilallonga, La literatura llatina a Catalunya al segle XV, Barcelona, Curial / PAM, 1993.

[2] Josep Maria Prunés, “Nuevos datos y observaciones para la biografía de fray Bernardo Boyl”, Bollettino Ufficiale dell’Ordine dei Minimi, t. XLIX, 2003.

[3] Mª Monserrat León Guerrero, El segundo viaje colombino, Universidad de Valladolid, 2000. Tesis doctoral.

[4] Pedro Catalá y Roca, “Los monjes que acompañaron a Colón en el segundo viaje”, Studi Colombiani, Génova, 1952, v. II, pág. 371 y ss.

[5] Ramón Pané, Relación acerca de las antigüedades de los indios, Ediciones Letras de México, México, 1932. Existe otra edición más reciente debida a Siglo XXI, también mexicana, impresa en 1974.

 

[6] Un dato interesante, según cuenta Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia natural, es que Ballester fue el primero que fabricó azúcar en el Caribe.

[7] Relación de Fray Ramón acerca de las antigüedades de los indios, https://digicoll.library.wisc.edu/cgi-bin/IbrAmerTxt/IbrAmerTxt-idx?type=header&id=IbrAmerTxt.Spa0006&pview=hide

 

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