JOSEP PUJOL, ALIAS BOQUICA, CRIMINAL Y TRAIDOR

JOSEP PUJOL, ALIAS BOQUICA, CRIMINAL Y TRAIDOR

La guerra de la Independencia, el conflicto que afectó a España desde el 2 de mayo de 1808 hasta abril de 1814, tuvo, entre muchos otros extremos, la virtud de hacer aflorar un tipo de combatiente no regular movido por el patriotismo ―no por el nacionalismo― que arriesgó su vida y su hacienda por el mero hecho de defender la patria frente a la agresión de las tropas napoleónicas, dado que la monarquía había sido de facto secuestrada y, por si fuera poco, estaba representada por un rey indolente, por no usar un término más ingrato, y por un príncipe de Asturias cuya memoria lo sitúa como el peor de los soberanos en todas las décadas de la larga lista de reyes españoles.

Este combatiente que surge de la nada, de la gente de los pueblos y de las ciudades, que viene del trabajo en el campo o del seminario, será el guerrillero. Individuo, hombre o mujer, ajeno a la milicia que, no obstante, entiende que la única manera de oponerse a la amenaza francesa, cuyas consecuencias ha sufrido en propia carne o en la de vecinos o amigos, es a través de las armas. Paisano, aldeano o habitante de ciudad, es capaz de abandonar su entorno para unirse a partidas de gente de su misma condición y, dado que el Real Ejército ha sido diezmado o está en manos de jefes como Palafox o Castaños, patéticamente enfrentados, o de generales británicos de los que, al menos en los primeros tiempos, desconfía muy seriamente ―y no tiene más que recordar Trafalgar―, decide combatir fuera de los cánones de la guerra a formaciones que han vencido por toda Europa.

Por otra parte, y dicho lo anterior, la afirmación que propone la victoria sobre las tropas napoleónicas como consecuencia de la acción de las guerrillas no deja de ser un eco romántico de grotesca filiación, a pesar de su intensa actividad. El Real ejército, con generales de la talla de La Romana, Álava, Blake, O´Donnell, Lacy, duque del Parque, Cuesta, Álvarez de Castro, Ballesteros, Copons, Zayas, Palafox y Castaños fue decisivo, como se puede ver en cualquier estudio dedicado al tema ―no digamos si se lee al conde de Toreno― y más después de las dos espantadas de los británicos, Moore en La Coruña (que le costó la vida) y Wellington, refugiado en Torres Vedras y vuelto otra vez en campaña sólo cuando obtuvo el mando único.

La historiografía francesa[1] presenta el surgimiento de las guerrillas como el fulminante necesario que posteriormente dará pie a los pronunciamientos del XIX, ya fueren liberales o absolutistas, y muestra a tales organismos y a sus jefes como signo político de ambición desmedida cuya intención va a ser apoderarse de la Corona o al menos, influir, en su devenir. Evidentemente no podemos estar en mayor desacuerdo con semejante balance, pues si bien hubo casos ―en la segunda invasión francesa, la de los Cien Mil Hijos de San Luis― de antiguos guerrilleros que volvieron a tomar las armas, no fue ni por motivos similares y ni siquiera parecidos y, por otra parte, las asonadas del XIX se produjeron dentro de estamentos militares y por militares perfectamente encuadrados en sus unidades, con lo que las razones aducidas nos parecen poco más que un intento de desacreditar lo que realmente supusieron las guerrillas en la guerra de 1808.

Sin embargo y a pesar de la enorme cantidad de estudios que sobre el papel de las guerrillas españolas en la guerra de la Independencia se han realizado, existe un grupo de combatientes que luchó justo en sentido inverso, como contraguerrilla, intentando seguir los pasos del guerrillero que el ejército regular francés difícilmente podía hacer, dada la configuración orográfica del territorio. De aquellos que formó, mantuvo y armó el ejército galo, acaso convenga destacar uno, cuya actuación en Cataluña se vio colmada por su destreza, pero también por su impiedad, desatando un vendaval de horrores contra los naturales que tardaron años en olvidarse, pese a que, finalmente, encontró la horca en Figueras, pasada ya la contienda.

A día de hoy, son pocas las referencias que se hallan, pasándose generalmente por alto los delitos y silenciándose su salvajismo, quizá por el embarazo que todavía queda de semejante sujeto. Nos estamos refiriendo a Josep Pujol, alias Boquica[2], que mandó, desde julio de 1810, un cuerpo de alrededor de sesenta hombres, cuyo punto de agrupación era Figueras, denominado Cazadores o Migueletes de don Pujol[3], pronto llamado Cazadores del Ampurdán o, popularmente, conocidos como parrots d’en Boquica, brivalles o caragirats, en referencia a su comportamiento traicionero, y ya en 1812, Compañía de Cazadores Distinguidos de Cataluña[4], con más de doscientos integrantes, o en versión francesa, Chasseurs Distingués de Catalogne, una de cuyas primeras acciones se dio en el Ordal, junto a tropas regulares francesas, el 11 de junio de 1812, según revela la Orden del día firmada por el ayudante jefe de Estado Mayor, Ordonneau, en nombre del comandante de la Baja Cataluña, general de división, Maurice Mathieu[5].

Las referencias francesas acerca del comportamiento de esta compañía de migueletes, un grupo auxiliar de apoyo, es generalmente evaluada como deficiente, pues los josepets, tal como reza la apelación que hacen los franceses, dado que se trata de gente que ha de manifestar juramento de fidelidad al rey José, eran renegados o desertores españoles con un espíritu combativo muy poco entusiasta y con actitudes nada castrenses.

Sin embargo, fueron organizados por el estamento militar francés en virtud del interés imperial, dado que a Bonaparte le importaba especialmente que Cataluña se erigiera como un muro entre el resto de España y Francia, vista su proximidad con la frontera, y donde la pacificación debía ser más perfecta, según se lee en las órdenes del general Augereau, comandante de la Cataluña ocupada, que dividió administrativamente, según el modelo francés, en dos intendencias, la Alta y la Baja Cataluña, y cuatro departamentos: el Ter (Gerona), el Segre (Puigcerdà), Montserrat (Barcelona) y Bocas del Ebro (Tarragona y Lérida). Además, las autoridades de ocupación crearon una jefatura de policía en Barcelona y le dieron el mando a Ramón Casanova, que se convirtió de facto en el jefe civil de la ciudad. Quedaba patente la intención imperial, anexionar Cataluña y todo el territorio al norte de la orilla izquierda del Ebro.

Volviendo a Boquica, la apelación de cazadores también debe ser explicada, pues en definitiva se trataba de unidades que combatían en orden abierto, siguiendo la norma de la infantería ligera. Tal nombre era originario del siglo anterior, pues los prusianos habían ideado un contingente de fuerzas (el jaeger, cazador en alemán) que luchaban por delante de las vanguardias de forma autónoma, tratando de destruir las formaciones o, al menos, fragmentarlas golpeando sus flancos, y acosando al enemigo con técnicas propias de la cacería[6].

 

*

 

Josep Pujol nació en 1778 en Besalú y a inicios de 1808 ya vivía en Olot, oficiando de arriero ―traginer en catalán― y seguramente de contrabandista, pero su carácter díscolo lo llevó a incorporarse a las primeras guerrillas que se alzaron por todo el territorio contra los invasores franceses.

Hecho prisionero por las tropas galas, vio las ventajas que una acción de acecho y espionaje le podría proporcionar, con lo que empezó a pasar información a los franceses acerca de movimientos de las tropas españolas y denunciando a los patriotas que conocía.

Sorprendido por los soldados reales o traicionado por alguien cercano, fue llevado a Tarragona con la idea de ser pasado por las armas, pero en el camino logró huir. Es interesante lo que afirma Francisco Morales García[7], si objetivamente Boquica hubiera sido descubierto como espía, con seguridad que la aplicación de la pena máxima se habría mantenido, dadas las circunstancias, siendo fusilado de inmediato, por lo que podemos pensar que su delito no era de esa calidad, sino algo menor, contrabando quizá.

A consecuencia del altercado, Josep Pujol decidió pasarse definitivamente al bando francés, combatiendo a las tropas españolas con las armas. Sin embargo, se tienen escasas noticias de enfrentamientos con otros grupos guerrilleros, por ejemplo, con las partidas del coronel Juan Clarós, del Segundo Tercio de Migueletes, que combatió en la zona del Ampurdán, y mucho menos contra el general Lacy, que desde 1812 luchó en Cataluña con el 1er Ejército español. Sí existe la mención, en marzo de 1813, de la entrada en Prats de Molló, justo en la raya de Francia, de la Rovirada, la guerrilla mandada por el brigadier Francesc Rovira, presbítero, integrado después en la 1ª Legión Catalana, quizá buscando gente de Boquica y como desquite por haberle dado cobijo. Al parecer, en tal asalto se produjeron varias muertes. A mediados de junio de ese año, hombres de Boquica se enfrentan en Bañolas con un escuadrón del barón de Eroles.

Pero lo determinante sucede dos años antes, tras la toma del castillo de San Fernando en Figueras por parte española en abril de 1811. En efecto, en la noche del 10 al 11 de abril, las tropas españolas atacaron y tomaron el castillo de San Fernando ―cuyo nombre viene del monarca reinante en el momento de su erección, Fernando VI―, que conllevó la apropiación de ochocientos cañones y veinte mil fusiles al enemigo, además de pólvora y balas, y cuatro millones de francos.

A partir de mayo, con el castillo asediado por el general Macdonald, Boquica envió un delegado al general barón de Eroles, comandante del 2º. Tercio de Talarn, haciéndole la propuesta de pasarse a los españoles, a lo que el barón opuso cruda resistencia, sospechando de su auténtica voluntad.

Sin embargo, a fin de verificar el asunto, mandó a su edecán, el capitán Manel Narcís Massanas[8], natural de Sant Feliu de Guíxols, soldado de limpia trayectoria que se había distinguido[9] atravesando las líneas francesas sorteando la artillería y entrando en Gerona el 26 de julio de 1809 como teniente del 1er Tercio de voluntarios, migueletes de Gerona, con cien hombres del 2º Tercio del mismo cuerpo, cuyo asentamiento estaba en Hostalric. La tropa, muy bien recibida por los asediados, fue agregada al arma de artillería. Poco después, el teniente Massanas consiguió introducir en la ciudad asediada veinte barriles de pólvora y tres mil piedras de chispa. En las siguientes ocasiones, llevó consigo manutenciones muy necesarias para el sostenimiento de los sitiados en el castillo de Montjuic de Gerona, motivo por el cual fue elevado al grado de capitán de infantería por Real Despacho emitido el 31 de octubre de aquel año desde el Alcázar de Sevilla. A principios de enero, Massanas pasó a formar parte del Estado Mayor del general barón de Eroles.

Pero volvamos a la noche del 10 de abril de 1811, nada más presentarse ante Boquica, el capitán Massanas fue arrestado y llevado a una prisión en Pont de Molins, donde un consejo de guerra sumarísimo lo condenó a muerte. Conocido el veredicto, Massanas se cuadró y saludó al tribunal, rogando la asistencia de un sacerdote, cosa que le fue negada por la autoridad francesa. La ejecución del capitán Massanas se hizo pública, pues los franceses, a fin y efecto de convertir la pena capital en un escarmiento ejemplo, ordenaron asistir a la población de Pont de Molins.

Acaecidos estos hechos, Boquica continuó esquilmando y matando, de modo que el 25 de octubre se personó en Arbucias, robando 25 000 pesetas y tomando rehenes entre la gente del ayuntamiento. Durante la retirada de los franceses de Gerona, marzo de 1814, Boquica solicitó formalmente a Suchet autorización para que sus hombres tuvieran unas horas de asueto para saquear la ciudad, demanda a la que el mariscal francés se negó, dado que una representación de ciudadanos de Gerona le solicitó formalmente que, tras la salida de los ocupantes, entraran de inmediato tropas españolas, en previsión de los desmanes de Boquica. Suchet, que mandó volar buena parte de las murallas de la ciudad, ordenó el repliegue,

obligando a Boquica y a su horda a que abandonaran la ciudad acompañados por varias patrullas imperiales, recelando de lo que pudieran hacer.

Poco después, y en vista del resultado que las actividades de semejante sujeto tenían entre la población, el general Suchet ordenó su captura y la de todos los componentes de su partida, disolviendo los Chasseurs Distingués de Catalogne en 1814, pero a finales del año anterior, las tropas napoleónicas empezaron un lento repliegue de sus posiciones en Cataluña.

 

*

 

Vistas las circunstancias, y tras la derrota en Vitoria, Napoleón había optado por retirar sus tropas y acceder a la firma del tratado de Valençay, en el que reconocía a Fernando VII como rey de España, ofreciendo a continuación el cese de las hostilidades.

A pesar de que el Consejo de Regencia no ratificó la firma, dado que el rey todavía estaba ausente y en Francia y la Junta Suprema no se había pronunciado[10], el 22 de marzo de 1814, ya de regreso, Fernando VII, acompañado por el general Suchet y diez mil soldados, cruzó la frontera por La Junquera y se dirigió a Figueras, recibiendo los vivas de la población, a pesar de estar todavía ocupada por soldados imperiales. A partir de allí, en las proximidades de Bàscara y con el Fluvià como separación, Suchet despidió solemnemente al rey con profusión de artillería en su honor ―los nueve cañonazos del saludo honorífico― y, a los sones de la Marsellesa, besó su mano y lo invitó a cruzar a pie el puente hacia las líneas españolas, donde fue recibido por el general Francisco Copons, capitán general de Cataluña, y cuyo acuartelamiento estaba en Vic. Tras besarle mano y pasar revista a las tropas españolas formadas en columnas, el rey subió a su coche. Ese mismo día, entró en Gerona, hospedándose en Casa Carles, en la plaça del Vi, lugar tradicional de las estancias reales.

Al día siguiente, el 25, Fernando VII asistió a un tedeum en la catedral compuesto por Rafael Compta, sacerdote y maestro de capilla del templo. Tras la inspección de la ciudad, el general Copons entregó a Fernando VII un ejemplar de la Constitución de 1812 y un documento de la Regencia con indicaciones acerca de la benignidad de la obra legislativa en tiempos de guerra y, detalle nada menor, asegurando que devolvería el poder al rey una vez hubiera jurado la Constitución en Madrid ante las Cortes.

Sin embargo, ya desde ese momento, desobedeciendo abiertamente las órdenes emanadas de Cádiz, que le habían marcado un itinerario claro, desde Mataró, sorteando Barcelona ―dado que hasta el 18 de mayo estuvo en poder de los franceses―, la comitiva real se encaminó a Poblet, siguiendo a Lérida y, desde allí, a Zaragoza, quizá en atención a Palafox, presente desde Reus, y a la invitación de la Diputación aragonesa, para girar después al este y llegar a Valencia.

En la ciudad del Turia iba a dar inicio un terrible periodo para los españoles, pues un mes y pico más tarde, el 4 de mayo, y seguramente por instigación del capitán general, Francisco Javier Elío y de otros cabecillas, el rey emitía un Real Decreto derogando la Constitución aprobada en Cádiz en 1812.

*

 

En el momento en que las tropas francesas abandonaban paulatinamente territorio español, Josep Pujol, Boquica, unido al grueso del ejército y seguramente resguardado en la tropa, decidió asentarse en Perpignan, pero allí no conocía a nadie y las rutas de la otra cara del Pirineo no eran las suyas, con lo que debió permanecer en la ciudad sin llamar excesivamente la atención. Otros autores[11] afirman que el ya mariscal de campo, José Ibáñez, barón de Eroles, que no había olvidado la muerte de su edecán, el capitán Massanas, solicitó la entrega de Boquica a las nuevas autoridades, pero es poco probable que, tras la guerra y el desconcierto inmediato, una demanda de extradición fuera atendida.

Con el regreso de Napoleón de Elba y la salida de Luis XVIII hacia Gante, el general Derricau asumió el mando en Perpiñán, y en ese momento se corrió el rumor ―que, al parecer, después se demostró ficticio― de que Boquica estaba organizando en Montauban grupos armados[12]. Quizás Josep Pujol intentara regresar, siendo apresado en Cataluña o concurriera algún otro hecho, como la irrupción del general Castaños, acompañado por el barón de Eroles ―a partir de esos momentos, en posiciones ferozmente absolutistas―, en el sur de Francia a mediados de agosto de 1815, inmediatamente después de la batalla de Waterloo, que se vio interceptada por el duque de Angulema y resuelta pacíficamente, retirándose el ejército español el 1 de setiembre, por más que es posible que en algún convenio anterior se produjera el apresamiento o la entrega de Boquica. El caso es que el 23 de agosto de 1815, por la tarde, Eroles ordenó la ejecución de Josep Pujol en Figueras, no el fusilamiento y ni siquiera por la espalda, como se acostumbraba a hacer con los reos de traición, sino de la forma más vil, en la horca, ante una multitud que le gritaba mientras agonizaba.

 

*

 

A modo de conclusión, por supuesto que no coincidimos con la evaluación que hace el profesor Francisco Javier Morales García en su segundo artículo, ya citado. En Boquica no encontramos nada del arquetipo del nuevo hombre que la revolución y el liberalismo fomentaron: individual, dominante y con un horizonte abierto gracias al talento propio[13]. Josep Pujol, a tenor de las evidencias, no pasa de ser un malhechor, un sujeto desalmado y un criminal de leyenda, odiado por sus contemporáneos y por todos aquéllos que sufrieron la furia de su vesania, principalmente las mujeres, y un individuo que ha dejado la marca del bandido siglos después. Y, para nada puede admitirse la comparación con Espoz y Mina[14], pues en Boquica no hay aspiraciones sociales o políticas sino todo lo contrario, es la mezquindad del mal y la infamia de un sujeto que aprovecha las circunstancias para beneficiarse con el abuso, el robo, el latrocinio y el asesinato, poco más. Su vinculación con la francmasonería parece un lazo más de un individuo que se sirve de cualquier cosa para su medro particular, siendo un sayón sin miramientos. De hecho, el bandolero, como el resto de personas de aquel tiempo, se muestra profundamente religioso, no en vano, en ocasiones, los salteadores de los caminos aguardaban al infeliz caminante con el rosario en la mano[15].

Confrontarlo, como hace Morales García, con Rocaguinarda (Perot lo Lladre), el bandido generoso, salvado por su cambio de actitud, elevado a la perfección por el Cervantes que hace ir a Barcelona a don Quijote e indultado a instancias reales por el virrey de Cataluña, Pedro Manrique, llegando a ser capitán de un tercio en Nápoles y seguramente cercano al virrey, duque de Lemos, Pedro Fernández de Castro, protector de Cervantes, o con Serrallonga, el bandolero amable, tampoco es posible, Josep Pujol es justamente la antítesis, apareciendo con el más marcado contraste del personaje pseudorromántico que actúa con afanes aproximadamente sociales.

A pesar de lo dicho, Boquica ha tenido cierta suerte literaria, como se ha dicho, incluso recientemente, pues Martí Gironell firmó una novela, La venjança del bandoler (Columna, Barcelona, 2008, premio Nèstor Luján), en la que Josep Pujol es el protagonista, triste protagonista, por supuesto, y donde el autor traza con fineza las aristas del personaje.

 

Apéndice

 

En este apartado queremos presentar un documento excepcional guardado en la Base documental d’Història Contemporània de Catalunya. Guerra del Francès (1808-1814). Se trata de un anónimo titulado: Verdadera Relación del más bárbaro catalán José Pujol (alias) Boquica. Estampado en Barcelona en la imprenta de Rubió, sin autor ni fecha al pie. Dice así[16]:

 

Cuando España batallaba,

por su Rey y la Nación,

coronándose de gloria

destruyendo á Napoleón,

se hizo visible Boquica

más tirano que Nerón,

excediendo en sus crueldades

el más rabioso león.

Contra sus mismos paisanos

dirige su infiel pasión,

militando en las banderas

del injusto Emperador,

comandante de Briballa,

por su infamia a ser logró,

y de bárbaros traydores

su compañía formó.

En verter sangre inocente

complace su corazón,

ancianos, niños, mujeres

sacrifican sin razón,

y hasta con los sacerdotes

exercian su indignación,

sin velerles la alta gracia

de Ministros del Señor.

De hombre solo la experiencia tenia,

que á mi opinión

fue una furia del aberno

ó algun infernal dragón,

pues sus crueldades exceden

y asombran al mismo horror,

contra el benéfico Pueblo

que su existencia debió.

A una muger desdichada

quarenta onzas le robó,

y luego para consuelo

después de tanta aflicción,

mandó cortarle los pechos

con cuyo mortal dolor,

sólo tres horas de vida

su pena les permitió.

En Villamala robaron

hasta saciar su ambición,

dexando muchas familias

sin más amparo que Dios;

dirigiéronse rabiosos

al Párroco, y su furor,

parece que allí estrenaron

que al referirlo da horror.

Con hierro ardiendo las carnes

del Sacerdote abrazó,

y hecho un volcan las parrillas

a la espalda la aplicó,

dexándole ya por muerto

pero satisfecho no,

pues más allá de la vida

quisiera usar su rigor.

A casa de un payés entraron

a donde sin compasión

el tesoro le quitaron

que con afán el ganó;

y sin embargo con esto

su furia no se calmó,

pegaron fuego á la casa

y con la familia ardió.

A Blanes cierta vez fueron

y sin causa ni razon

un barco nuevo quemaron

por capricho ó diversion,

que costaria á lo menos

sin exageracion

treinta mil duros al dueño

que ni sólo lo estrenó.

Concluida ya esta escena

se fueron sin delación

a la Villa que pagase

una gran contribución,

y al irse dieron la muerte

a quantos la suerte dio

de encontrarse en el camino

porrque así le antojó.

A casa un amigo suyo

sus soldados envió,

á pedirle quatro onzas

que sin demora entregó

y despues del beneficio

otra vez les remitió

a que le diese la muerte

para pagarle el favor.

A un joven de trece años

sin la menor desazon,

le hizo romper las piernas

y al dolor le abandonó

siendo más que el de la muerte

el tormento pasó.

¡Quanto se ha visto entre humanos,

tan bárbara execución!

En suma toda su gloria

y su mayor diversión

era el robo, asesinato,

incendio y devastación,

reduciendo la indigencia

al llanto y desolación

mil inocentes familias

que causó la perdición.

Pero cuando Dios cansado

de sus maldades se halló,

puso término á sus iras

sus crueldades mitigó;

el Emperador de Francia

que era quien les protegió,

desde la cumbre más alta

hasta el abismo baxó.

Como el poder no existía

del que su infamia apoyó,

en Perpiñán le predieron

en casa del Gobernador,

y por los mismos franceses

á la España se entregó,

y en la plaza de Figueras

tantas maldades pagó.

En las manos del verdugo

en una horca sufrió,

la muerte más afrentosa

baxo el poder español,

esto es un breve resumen

de quanto el pasó,

porque no hay pluma que escriba

de sus hechos la unión.

Tomen exemplo los malos

pues éste aunque se escapó,

sus amigos le prendieron

que no se apoya al traydor,

quando no se necesita

y así le odian con razón

sus cómplices, y detestan

como a Boquica pasó.

 

Detalle de la imagen que presenta José María Bueno Carrera, Los franceses y sus aliados en España: 1808-1814, Ediciones Falcata, Madrid, 1996.

Antoni de Bofarull i Brocà, Historia crítica de la Guerra de la Independencia en Cataluña, editor F. Nacente, Barcelona, 1886, pág. 503.

[1] Jean Tulard, L’Europe au temps de Napoléon, Les Éditions de Cerf, Paris, 2020.

[2] El alias quizá le viniera por el hecho de tener los labios notablemente abultados, como se ve en la imagen de José María Bueno Carrera, Los franceses y sus aliados en España: 1808-1814, Ediciones Falcata, Madrid, 1996. Véase el detalle de la reproducción al final de este artículo. El profesor Morales García, Josep Pujol, àlies Boquica. bandidatge i guerra a la ratlla de França, Annals del Centre d’Estudis Comarcals del Ripollès, 2006-2007, pág. 293, discrepa de esta posibilidad, argumentando que sería debido a su escasa capacidad para mantener secretos.

[3] Antoni de Bofarull, en su Historia crítica de la Guerra de Independencia en Cataluña, editor F. Nacente, Barcelona, 1886, pág. 22, no duda en usar respecto a Boquica el término guerrillero, a pesar de que marca con conocimiento sus actividades, cosa que resulta, al menos, discutible.

[4] Existen discrepancias entre los historiadores al respecto, según alguno, Boquica no estuvo integrado en la Compañía de Cazadores Distinguidos. Morales García, opus cit., pág. 305.

[5] Journal de l’Empire, jeudi, 2 juillet 1812, p., 2.

[6] Guillermo Nuño Lozano, Cazadores de Montaña, Compañía de Esquiadores y Escaladores de Pamplona, 22.06.12, en línea.

[7] Francisco Morales García, La construcción del malvado después de la guerra de la independencia. El caso de Josep Pujol de Besalú (1778-1815), Hispania Nova, nº 10, 2012, pág. 7.

[8] Àngel Jiménez, en su Sant Feliu de Guíxols: el finançament de la guerra del francès, de juny a desembre de 1808, Estudis del Baix Empordà, Sant Feliu de Guíxols, 2009, vol. 28, destaca la figura de Massanas y lo trata de héroe, pero no llega a precisar en qué consistieron sus actos. Será Gerard Bussot, en El capità Narcís Massanas (1786-1811). Heroi guixolenc a la Guerra del Francès. Estudis Guixolencs, núm.5. Ajuntament de Sant Feliu de Guíxols. Servei de Publicacions i d Arxiu. 1989, quien revele algunos detalles interesantes de la biografía militar del capitán Massanas. Por otra parte, Víctor Balaguer en 1852 y Carles Rahola en 1922 tuvieron palabras para conmemorar al capitán, y Sant Feliu tampoco ha olvidado a su hijo, dedicándole una calle.

[9] Diario de Gerona, 26 de julio de 1809.

[10] Tal aspecto es crucial, pues el propio Fernando escribió una nota a Napoleón en respuesta a sus planes en la que le decía, literalmente: “no puedo hacer ni tratar nada sin el consentimiento de la nación española y por consiguiente de la Junta”. Fernández Miraflores, M. P. M. D., Documentos a los que se hace referencia en los Apuntes histórico-críticos sobre la revolución de España. Londres, Longman, Rees, Orme, Brown, Green and Longman, 1834, p. 11-12.

[11] Carles Rahola, Visions Històriques. «La fi d’en Boquica», Horta, Barcelona, 1927, pág., 69.

[12] Matías Ramisa Verdaguer, La ocupación española del Rosellón en 1815, Hispania, vol. LXXV, nº. 251, sept.-dic., 2015, pág. 731. Para seguir con precisión: AHN, Estado, Leg. 5242/1, cartas de 16 y 20 de mayo de 1815.

[13] Morales García, La construcción… opus cit., pág. 5.

[14] Idem, pág. 19.

[15] Maties Ramisa Verdaguer, Els catalans i el domini napoleònic (Catalunya vista pels oficials de l’exèrcit de Napoleó), Abadia de Montserrat, 1995, p. 181.

[16] Conservamos la ortografía de la época.

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Fernando Del Castillo
Catedrático y doctor en Filología Hispánica.

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