La Guerra de Sucesión Española en Cataluña. Pacto de Génova (Segunda Parte)

La Guerra de Sucesión Española en Cataluña

Pacto de Génova

(Segunda Parte)

 

Por Pablo Fernández Lanau – 1 de junio, 2023

 

La llegada de Jorge de Hesse-Darmstadt a Viena a finales de la primavera de 1701 se realizó con el máximo de los secretos. Su salida de Barcelona y el largo viaje posterior hasta la capital del Sacro Imperio Romano Germánico se había realizado con prudente sigilo y total confidencialidad; tratando de no dar información alguna sobre su verdadero paradero durante todo ese tiempo y menos aún de sus intenciones o posteriores actividades[1]. El emperador Leopoldo I todavía esperaba mucho de los servicios que el Príncipe podía ofrecer a su causa en la guerra que estaba a punto de comenzar.

El conflicto, de hecho, ya había empezado y sin la declaración de guerra preceptiva. Luis XIV y Leopoldo I habían lanzado en tromba a una parte de sus ejércitos sobre el norte de Italia a comienzos de la primavera de ese año: el uno[2] para reforzar a las fuerzas españolas en la defensa del Milanesado y de su colindante Mantua, ocupando con sus tropas a su paso Saboya y tratando de asegurar así tanto la alianza como la colaboración del duque Víctor Amadeo II; y el otro[3], tratando de conseguir posiciones ventajosas en las proximidades del Milanesado y territorios colindantes, para apoderarse de ellos en cuanto tuviera ocasión, mientras ejercía presión sobre la República de Venecia para forzar una neutralidad a su favor y bloquear de paso el acceso de los ejércitos franceses hacia Austria por esas regiones geográficas del norte de la península itálica.

Durante los meses del verano de 1701 y posteriores, sobre el príncipe Jorge de Hesse recayó la responsabilidad de conseguir que las cancillerías de las potencias marítimas[4] se uniesen a Austria y al Imperio en contra de Francia y de la Casa de Borbón; dejando atrás los ya obsoletos Tratados de Partición que habían establecido ambas con Luis XIV en los años previos al fallecimiento de Carlos II, incorporándose ahora a una nueva alianza anti borbónica. Para ello el Príncipe de Darmstadt se desplazó a Londres y a La Haya como enviado plenipotenciario y agente especial del Emperador para conseguir dichos objetivos.

El conocimiento que de las altas instancias inglesas y neerlandesas poseía el Príncipe, sus excelentes relaciones con la nobleza y con las autoridades de dichas naciones, entre las que estaban incluidas los miembros de la realeza británica, así como su capacidad para persuadir a sus interlocutores de la imperiosa necesidad de establecer sinergias colaborativas entre ellos y Leopoldo I, para hacer causa común ante los peligros compartidos y los objetivos que les unían en defensa de sus intereses frente al poder borbónico, en especial, ante la exorbitante ambición de Luis XIV, tuvieron una gran influencia en el alineamiento de Gran Bretaña y de los Estados Generales de las Provincias Unidas de los Países Bajos con Austria, plasmado en septiembre de 1701 en el Tratado de la Gran Alianza de La Haya.

Como enviado especial imperial en Londres y en La Haya, el Príncipe llegó incluso a participar in situ en la expedición aliada sobre las costas de Cádiz en el verano de 1702, para la que el rey Guillermo III le había encomendado el mando, antes de perecer el monarca en un accidente montando a caballo[5]. Fallecido el rey inglés y una vez entronizada la reina Ana, se cambió de parecer y el príncipe de Darmstadt sólo participó en la expedición como uno de los generales de la fuerza aliada y máximo representante imperial en la misma, con el almirante Rooke como jefe de la flota y el conde de Ormond como jefe de las tropas de desembarco. Esta composición de estructura de la fuerza expedicionaria aliada evitó que recayera sobre Jorge de Hesse y sobre su acción de mando la humillación que se produjo después del fiasco obtenido como resultado de la fracasada operación militar sobre Cádiz. Sus denuncias posteriores ante las máximas autoridades británicas por el deleznable comportamiento de las tropas anglo neerlandesas, incluidos sus mandos, sobre la población autóctona y los edificios religiosos de las localidades por donde pasaron, así como los informes sobre lo ocurrido que Jorge de Hesse remitió al Emperador, pusieron en valor, más si cabe, su figura como alternativa a otro modo de hacer las cosas y dirigir los asuntos de esa guerra, especialmente en la católica España[6].

Mientras todo esto sucedía durante esos años, Jorge de Darmstadt mantuvo siempre vivo, a través de una prolífica correspondencia y con constantes misivas alentadoras, el ánimo de los miembros de su red de lealtades a la causa austracista en Cataluña[7], poniendo en valor su pronto regreso con el nuevo rey y exhortándoles a no desfallecer en sus lealtades; asegurándoles que ya estaba más cerca el momento tan deseado por todos ellos. La Gran Alianza gozaba de buena salud y no hacía más que incrementar paulatinamente el número de nuevos miembros, a lo que había que añadir las buenas perspectivas que poco a poco se iban vislumbrando desde un punto de vista estrictamente militar, con el compromiso creciente en tropas y en recursos económicos de todas las cancillerías aliadas en la causa común.

Instalado entre Londres, La Haya y Viena, el príncipe de Darmstadt sirvió de hombre de confianza y enlace del emperador Leopoldo I con la reina Ana para la materialización del viaje del recién proclamado por los aliados rey de España en 1703, en la persona del archiduque Carlos de Austria; entronizado como Carlos III. Jorge de Hesse formó parte desde el principio del Consejo Privado del nuevo monarca y le acompañó personalmente en todo el periplo que le llevó desde Viena a Lisboa, vía Londres; siendo su interlocutor preferente en las muchas muestras de adhesión, consideración y exquisito trato que el archiduque/rey recibió por parte de todas las autoridades por donde transcurrió su viaje.

En sus estancias en Londres, el príncipe de Hesse tampoco dejó de alimentar su relación con los políticos ingleses del momento, especialmente con los más relevantes del partido whig, que en esos momentos era el mayoritario en la Cámara de los Comunes y el más firme partidario de que Inglaterra se aplicase a fondo en la guerra contra Francia. Entre todos ellos se encontraba también, aunque en un nivel poco o nada influyente, su viejo conocido Mitford Crowe, que, después de abandonar Barcelona y de regreso a Inglaterra, se había introducido en política y había contraído matrimonio en esos años, comenzando a incrementar su familia con sus primeros vástagos. Restablecida la relación entre los dos, no iba a tardar el Príncipe en utilizar su amistad, influencia y sintonía con Crowe en aras a la consecución de sus objetivos; algunos concordantes con los del comerciante y otros no tanto, pero en cualquier caso totalmente compatibles y beneficiosos para ambos.

Quizás como mera observación, sean significativas las similitudes y características coincidentes de los dos grabados que John Smith realizó en 1703 de los retratos que el prestigioso pintor y retratista escocés Thomas Murray hizo de ellos en esa misma época. Una mirada atenta y detallada de los mismos revela aspectos increíblemente sintomáticos de su cercana relación[8]. Parece poco probable que dicha concomitancia pictórica sólo sea fruto de la casualidad o del azar.

La comitiva real de Carlos III tardó seis meses en realizar el trayecto entre Viena y Lisboa, llegando a la capital lusa a principios de la primavera de 1704, justo en el momento de iniciar los preparativos para la campaña militar de ese año; con la frontera hispano portuguesa y la costa mediterránea como objetivos prioritarios en el teatro de operaciones de la península ibérica.

El príncipe de Hesse, nombrado en Lisboa por Carlos III, en esa misma primavera, vicario general de la Corona de Aragón[9], consiguió imponer su criterio en el Consejo de Guerra aliado que debía establecer la estrategia a seguir para el teatro de operaciones peninsular durante ese verano[10]. En él se decidió atacar la plaza de Barcelona, intentando conquistarla por sorpresa; mientras, se tantearía, tanto a la ida como a la vuelta, la posibilidad de asaltar y apoderarse de algún enclave de la costa de Málaga o, sobre todo, la posibilidad intentar el hacerse con la plaza de Gibraltar, si las circunstancias lo permitían.

Al mando de la expedición aliada y como máximo representante del rey Carlos III, Jorge de Hesse preparó y activó a todos los miembros de su red de partidarios de la causa austracista en Cataluña, muy especialmente a los de Barcelona y comarcas[11] cercanas, enviando correos y misivas para coordinar las acciones de sus afines con las maniobras que con la flota y las fuerzas de desembarco iba a emprender en el asalto a la capital catalana. Varios de los afectos al Príncipe se introdujeron en Barcelona para facilitar la sorpresa, entre los que se encontraba uno de sus más incondicionales seguidores, Antonio Peguera Aymerich, un joven de familia nobiliaria totalmente entregado a la causa austracista desde antes del fallecimiento de Carlos II y que había frecuentado asiduamente los círculos sociales estamentales catalanes más partidarios de la Casa de Austria en el tema sucesorio a la Monarquía Hispánica, muy próximos al entonces virrey de Cataluña, Jorge de Hesse-Darmstadt, en el que veían un modelo a seguir.

Entre el 27 y el 31 de mayo de 1704, la flota aliada se presentó frente a Barcelona y la bombardeó intensamente, con un amago de asedio y asalto por parte de las fuerzas expedicionarias que viajaban en ella bajo las órdenes del príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt; con unas tropas que desembarcaron y se desplegaron a modo de amenaza en la desembocadura del río Besós. El virrey de Cataluña levantó en armas la Coronela[12] y se preparó para la defensa de la ciudad, manteniéndose firme en su lealtad a Felipe V, a pesar de la invitación de los atacantes a que rindiera la plaza y a que jurase fidelidad a Carlos III como rey de España. Finalmente, al comprobar la respuesta negativa de los defensores, la ausencia de apoyo interno desde la ciudad y la escasez de fuerzas propias para tamaña empresa, los aliados levantaron el breve asedio y se hicieron a la mar. Destacar también que el virrey tuvo que desmontar y contrarrestar un intento de conspiración para abrir las puertas de las murallas y permitir el acceso al interior de la plaza a las tropas atacantes, puesto en marcha por partidarios del archiduque Carlos afines al príncipe de Darmstadt que se encontraban dentro de la ciudad a tal fin. Al ser descubierto a tiempo, el complot quedó totalmente desbaratado y neutralizado, no teniendo efecto alguno en cuanto a la adscripción de la ciudad a su soberano, el rey Felipe V[13].

Tras el fallido intento de apoderarse de Barcelona, la flota aliada[14] se dirigiría hacia el golfo de León, mostrándose amenazante frente a la costa mediterránea francesa; amagando con una operación de castigo sobre Tolón, la base naval francesa más importante en el Mediterráneo. También trataron de intimidar a los mandos regionales del sur de Francia con un posible desembarco en la costa meridional francesa, a la altura del Languedoc, en apoyo de los hugonotes franceses de la zona, los Camisards, levantados en armas contra Luis XIV en la región montañosa de Las Cévennes[15]. No obstante, nada de ello hicieron y cinco semanas más tarde, alentados por las informaciones que poseían de las pocas fuerzas defensivas que se encontraban protegiendo Gibraltar, el grueso de la flota anglo neerlandesa se desplazó hacia el Estrecho.

La armada aliada se presentó finalmente frente a la Roca el uno de agosto, intimidando a la ciudad y exigiendo el príncipe de Darmstadt su rendición. Ante la negativa de su gobernador[16] a entregar la plaza, Gibraltar fue bombardeada intensa y violentamente durante varias horas el día 4 de agosto[17].

Al bombardeo le siguió un asalto en profundidad ante el que nada pudieron hacer las exiguas tropas defensoras de la plaza, que no llegaban a los 450 hombres en total[18]. Gibraltar capituló formalmente el 6 de agosto de 1704 y los aliados pudieron hacerse con la primera ciudad española de la península ibérica que quedaba bajo la obediencia de Carlos III, con el príncipe de Darmstadt como Gobernador de la plaza[19].

Unos días más tarde, el 24 de agosto, tendría lugar la primera y a la postre única batalla naval de envergadura y a mar abierto de toda la guerra. Una batalla que se desarrolló frente a las costas malagueñas de Vélez-Málaga y que enfrentó a las flotas de los dos bandos en conflicto, la armada anglo neerlandesa y la armada hispano francesa; ya que desde que se supo de la participación de la flota aliada en el intento de captura de Barcelona y después de su «paseo» provocador frente a las costas francesas, una vez abandonaron las aguas del golfo de León las naves aliadas, Luis XIV ordenó salir de su base de Tolón a la Flota francesa del Levante en su búsqueda, para darle alcance y enfrentarse a ella en combate. El resultado de la batalla fue muy parejo, aunque las dos partes se adjudicaron la victoria; pues ninguna de las dos pudo imponerse a la otra y ambas armadas sufrieron bastantes bajas en hombres[20]. El combate marítimo fue brutal y sólo duró hasta el anochecer de ese mismo primer día, ya que, al día siguiente, 25 de agosto, ambas flotas rehuyeron expresamente el combate, abandonando la zona el 26 de agosto y regresando a sus bases; a la cercana Gibraltar la aliada[21] y de regreso a su alejada base de Tolón la francesa.

El año 1704 finalizó en el teatro de operaciones peninsular con el inicio del que sería un largo e infructuoso asedio terrestre a Gibraltar por parte del ejército hispano francés, en un intento de recuperar la plaza cuanto antes[22]; un sitio que comenzaría entre finales de septiembre y principios de octubre de ese año, alargándose hasta mayo de 1705; en un esfuerzo bélico que causó bastante desgaste y numerosas bajas a los atacantes, no obteniéndose ningún resultado positivo para los intereses borbónicos[23]. El príncipe Jorge de Darmstadt se mostró en la defensa de Gibraltar como un eficaz y competente gobernador al mando de la plaza, capaz de contener con éxito el prolongado asedio al que fue sometida y, finalmente, hacer desistir a sus atacantes en el empeño. Allí permaneció el Príncipe durante todo el bloqueo al que fue sometido, pero sin olvidar el mantener una fluida y permanente comunicación con el cuartel general aliado en Lisboa, con la reina Ana de Inglaterra y con miembros destacados de su Consejo Privado, con Leopoldo I y, a partir de mayo de 1705, con el nuevo emperador austriaco[24]. No obstante, el Príncipe prestó especial atención a continuar asistiendo epistolarmente a sus fieles partidarios que habían permanecido en Cataluña; mientras analizaba las causas del fracaso de la sorpresa que intentó sobre la ciudad en la campaña anterior, cuando intentó capturarla sin conseguirlo, con el ánimo resuelto a encontrar una solución a los problemas con que se encontró entonces y con la firme voluntad de que no volvieran a entrometerse las mismas circunstancias adversas en la consecución de sus objetivos.

Finalizado el asedio borbónico a Gibraltar, el alto mando aliado, reunido en Consejo de Guerra en Portugal[25], al que asistió también Jorge de Darmstadt, decidió[26], a instancias del Príncipe, volver a intentar en ese verano de 1705 el asalto y captura de la plaza de Barcelona; empleando en esta ocasión una fuerza expedicionaria considerablemente más intimidatoria que la de 1704: con más barcos, con más hombres y con mucha más potencia de fuego. Además, en esta ocasión, iría embarcado en el navío almirante de la Flota aliada el rey Carlos III, dispuesto a tomar posesión personalmente de sus dominios y respaldar así a sus seguidores con su presencia. Era el primer paso para hacerse con el dominio de los territorios peninsulares de la Corona de Aragón, de la que no hay que olvidar que el príncipe Jorge de Darmstadt había sido nombrado el año anterior Vicario General por Carlos III.

Era consciente el Príncipe de que en esta ocasión no podía fallar, al menos por la parte que a él le correspondía. Había convencido a la práctica totalidad de los miembros del Consejo de Guerra, así como a la reina de Inglaterra y al Emperador, de que, por Cataluña, y más en concreto por Barcelona, era la mejor opción para iniciar la operación de entronización de Carlos III en el solio de Madrid; toda vez que los naturales del Principado eran los más afectos a la causa austracista y los que más detestaban el dominio borbónico[27]. Por tanto, lo sucedido en mayo del año anterior no podía volver a repetirse, ya que todo su crédito estaba en juego. No tendría una nueva oportunidad de imponer de una manera tan rotunda su parecer si volvía a fracasar. De alguna manera, su futuro político dependía en gran medida del éxito de dicha operación.

Fue así como, desde Gibraltar, el príncipe de Hesse pergeñó durante meses una estrategia a cuatro bandas para garantizar la viabilidad de la empresa que estaba decidido a emprender, con el único objetivo de obtener un resultado positivo en la operación de asedio y captura de la plaza de Barcelona en la siguiente campaña militar, la del verano de 1705.

El pacto de Génova comenzaba a fraguarse.

Continuará ……….

 

 

 

[1]Incluso tratando de transmitir una falsa información sobre desavenencias que el Príncipe había manifestado con la Corona Imperial en relación a su cese como virrey de Cataluña, motivadas por la supuesta responsabilidad que en ello otorgaba al propio emperador, Leopoldo I. Nada más lejos de la realidad.

[2]El monarca francés.

[3]El emperador austríaco.

[4]Gran Bretaña y los Estados Generales de las Provincias Unidas de los Países Bajos.

[5]Tanto por su valía y excelente relación con el monarca, como por su condición de católico.

[6]El príncipe de Darmstadt aprovechó el tiempo de su estancia en el sur de España, en ese 1702, para entrar en contacto con el entorno de la cancillería portuguesa y del austracismo hispánico afincado provisionalmente en Lisboa, para influir y ayudar a la consecución del cambio de bando en la alianza de Portugal, hecho que se produjo al año siguiente, al incorporarse Portugal a la Gran Alianza. Jorge de Hesse era también primo hermano de la que fuera primera esposa del rey de Portugal, Pedro II, la reina María Sofía Isabel del Palatinado-Neoburgo, siendo, por tanto, era tío segundo del príncipe heredero de Portugal, el infante Juan, el futuro Juan V, que por entonces tenía tan sólo 13 años.

[7]Con los que se comunicaba bidireccionalmente a través de personas de confianza interpuestas como correos, tanto desde Viena como, posteriormente, desde Londres o Lisboa.

[8]Uno de ellos, como ejemplo, es que puede entenderse la coraza o armadura militar que porta en el retrato Jorge de Hesse, además del collar de la Orden del Toisón de Oro que luce, ya que el Príncipe era un militar con prolongada carrera de Armas, ¿pero la coraza de Mitford Crowe?, ¿cuál es su significado?

[9]Título que no se había concedido desde 1669 y para el que fue nombrado entonces D. Juan José de Austria; hijo ilegítimo de Felipe IV y hermano de Carlos II.

[10]Apoyado en ello por los almirantes ingleses, que habían recibido instrucciones al respecto de la reina Ana en Londres; contando Jorge de Hesse, además, con la complicidad del príncipe Antonio de Liechtenstein, ayo y mentor de Carlos de Austria, que también formaba parte desde el principio de su Consejo Privado.

[11]Veguerías.

[12]La Coronela era la milicia gremial de Barcelona, encargada de la defensa de la ciudad en caso de eminente peligro, con el privilegio militar de custodiar los portales y las murallas de la plaza.

[13]Aunque estos hechos sí que dieron pie al inicio por parte del virrey de una prolongada campaña de persecución hacia los protagonistas de la fallida conspiración austracista y a sus afectos simpatizantes; con el objetivo de identificarlos, detenerlos, encarcelarlos y ponerlos a disposición judicial, acusándolos de traición hacia su legítimo soberano, el rey Felipe V. En un estado de guerra, si se producen este tipo de situaciones, los comportamientos y acciones de las personas siempre tienen graves consecuencias.

[14]En la que había embarcado, mientras permaneció frente a la costa catalana, un nutrido grupo de naturales del principado de Cataluña, afectos a la causa austracista y deseosos de incorporarse a las órdenes del príncipe de Hesse.

[15]El levantamiento de los Camisards había comenzado de una forma más organizada y consistente en 1702.

[16]Diego de Salinas.

[17]Lanzando sobre la ciudad entre 10000 y 15000 bombas.

[18]De los que tan sólo entre 80 y 100 eran militares; el resto eran sólo naturales de la plaza y unos pocos miembros de la milicia local.

[19]La ignominiosa historia sobre la soberanía del Peñón comenzaba así su andadura.

[20]En esta batalla, Blas de Lezo y Olavarrieta, el que más adelante se convertiría en una leyenda de la Armada Española, perdió la pierna izquierda, que tuvieron que amputarle por debajo de la rodilla sobre la marcha y sin anestesia, tras el impacto de una bala de cañón en el puente de mando del navío francés Foudroyant; un enorme barco de guerra de 104 cañones y tres puentes, que era el buque insignia de la Flota francesa del Levante, comandada por el Almirante de la Flota, el conde de Toulouse (hijo ilegítimo aunque reconocido de Luis XIV). En el Foudroyant se encontraba embarcado Blas de Lezo, a sus escasos quince años, como guardiamarina.

[21]De forma provisional.

[22]Al mando del ejército combinado hispano francés se encontraban el marqués de Villadarias y el conde de Tessé.

[23]El ejército hispano francés levantó el sitio a la plaza después de nueve meses de infructuoso asedio y con más de 10000 bajas entre sus filas.

[24]Leopoldo I falleció el 5 de mayo de 1705, siendo sustituido en el solio imperial por su hijo primogénito, José I, hermano mayor de Carlos de Austria.

[25]En las proximidades de Lisboa.

[26]Con algunas discrepancias al respecto, aunque no mayoritarias ni determinantes.

[27]En este sentido, el sentimiento anti francés de una parte importante de la población catalana era muy profundo y estaba fuertemente arraigado en las capas sociales que más habían padecido las continuas guerras provocadas por la política expansionista de Luis XIV.

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